Reflexionar de otra manera

ESMA, de Juan Carrá e Iñaki Echeverría

El libro publicado por Evaristo Editorial conjuga información, relato histórico y un estilo gráfico que impacta, pero no abruma.

Por Andrés Valenzuela

Hay mucho dibujado en torno a la última dictadura cívico-militar argentina. En ese contexto, Juan Carrá e Iñaki Echeverría logran un libro de delicado equilibro, que sabe conjugar información, relato histórico y un estilo gráfico que impacta, pero no abruma. Se trata de ESMA, recién publicado por Evaristo Editorial, que será presentado este sábado a las 17 en el mismo lugar –hoy convertido en el Museo Sitio de Memoria ESMA– donde se cometieron las atrocidades de las que da cuenta el libro y la megacausa judicial que lo sustenta. En el edificio de Av. del Libertador 8151, los autores estarán acompañados por Mercedes Soiza Reilly, exfiscal de la causa ESMA Unificada, y por Vera Jarach, Clara Weinstein, Carmen Lareu y Sara Rus, de Madres de Plaza de Mayo. También participará el periodista Pablo Waisberg.

Aunque puede leerse como una novela gráfica, en rigor el libro está más cerca de ser una historieta documental o una crónica gráfica en la que el personaje del periodista que cubre la causa judicial es en verdad un alter ego para los autores. Carrá y Echeverría se corren para dejar al frente todo lo que sus entrevistados y los registros judiciales tienen para contar sobre la causa.

ESMA tiene varios niveles de lectura. El más claro es el de la información de la causa, de las atrocidades cometidas allí por la dictadura. Pero también está atravesado por el recorrido del propio protagonista siguiendo el caso (“una construcción ficcional para hilar el libro”, señala Carrá) y, no menos importante, por el impacto que tiene sobre los protagonistas el meterse de lleno en la lucha contra la impunidad de los crímenes de lesa humanidad. “Si te metés en la mierda, te manchás”, acota gráficamente el dibujante en diálogo con Página12.

“Es un tema muy duro para laburar y te metés en un universo del que es muy difícil salir hasta que lográs alejarte un poco”, cuenta Carrá, guionista y periodista. Un capítulo del libro revela esto. “El cronista de la cobertura en un momento sale con un amigo y la conversación no puede girar en torno a otra cosa que no sea eso: incluso cuando él se quiere escapar, el amigo le sigue preguntando”, explica. Echeverría confirma que también a ellos les sucedió.

El mayor desafío, sin embargo, era de forma: “entender el punto de equilibro al narrar y la responsabilidad histórica de generar este proyecto”, define Carrá. Y advierte en el libro un “compromiso político”. Para su compañero, había un objetivo fundamental que era mantener una cuota artística en el proyecto. “Tenía que tener una estética propia, no podía ser mi trazo a tinta de cuando hago novela gráfica”, reflexiona Echeverría. “Empecé con tinta y lo que me pasaba es que me alejaba de lo que estaba contando, y en definitiva el libro es una crónica. Ese dibujo se corría de la necesidad de la crónica de escribir en vivo. Había una necesidad estética de movimiento. Ahí llegó el lápiz. Me parecía que estaban mucho más cerca de la historia esos bocetos que la tinta. Estaba esa cosa de velocidad, de no poder detenerte a pensar tanto en la forma como en el andar”, plantea. “Además, es un libro con mucha información, porque es un compromiso con la causa, si a eso le sumás una tensión más en el dibujo, resulta imposible”, observa.

Otro aspecto importante del libro es la reconstrucción que la gráfica hace del aspecto investigativo-judicial y pone en la figura de Soiza Reilly la de todos los fiscales querellantes en causas de delitos de lesa humanidad. “Es difícil reconstruir porque la impunidad en la Argentina generó que la justicia empezara a llegar 40 años tarde”, advierte Carrá. “La reconstrucción de esas pruebas, para que tengan peso judicial, es minuciosa, casi antropológica, así que cuando vas a las oficinas judiciales lo que más te impacta es la cantidad de papeles y papelitos y papelotes, las paredes empapeladas por cuadros para determinar conexiones entre los miembros de las Fuerzas”, cuenta. “Hay toda una serie de cosas que generan materialidad de pruebas: no es lo mismo contar una historia que llevarla a tribunales para condenar”.

La Megacausa ESMA es la más grande de la historia judicial argentina, con centenares de casos, centenares de testigos e incontables fojas. Además, extendió su ámbito de observación por fuera de las fuerzas militares e incluyó la complicidad civil. Así, agrega Carrá, “este juicio puso de relieve cuál era la responsabilidad de la prensa en la construcción de la impunidad, puso por primera vez a los vuelos de la muerte en foco”. La ESMA es un caso emblemático, afirma. “La ESMA es Rodolfo Walsh, pero la ESMA también es Astiz: no sólo es una causa emblemática desde el punto de vista de las víctimas, sino también de los victimarios, es el centro clandestino, simbólicamente con más peso”.

Uno de los mecanismos narrativos a los que recurrió la dupla para el libro fue –salvo en el caso de Rodolfo Walsh– dejar de lado los nombres más resonantes. La decisión no sólo arroja luz sobre otras víctimas de la maquinaria represiva, sino que también ayudan a dimensionar el carácter sistemático y planificado de la violencia estatal.

–En el libro la fiscal dice que el caso te cambia la vida. ¿A ustedes cómo los cambió?

Juan Carrá: –Yo también cubro periodísticamente los juicios de lesa humanidad hace casi quince años, desde que empezaron, o volvieron. Para mí, de algún modo el libro es sanador. Hay un nivel de sensibilidad distinto de contar esto así. Hacerlo con él significó reflexionar de otra manera. Las charlas juntos para lograr los tonos. Cosas que para mí terminan de ser un moño, algo sanador. Terminó una etapa de mi trabajo periodístico.

Iñaki Echeverría: –Nosotros somos los hijos de la dictadura. Nacimos ahí, nos cruza. Está ahí, en nuestro universo. El mío es el de la Plata, la facultad de arquitectura. Siempre fue un tema. Crecimos hablando sobre eso o sabiendo que el padre de tal pibe era desaparecido.

  1. C.: –Nacimos marchando. Fuimos la generación que empezó a salir a la calle. Y sin ser ninguno de los dos víctimas del terrorismo de Estado. Sí amigos de, parejas de… Eso también nos daba la posibilidad de construir una mirada propia.

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