Por Javier Borelli
“Es inminente el final. Todo está dicho”, rubricó el diario La Razón en su edición vespertina del 23 de marzo de 1976. Aún no se había consumado el golpe de Estado, pero los vasos comunicantes con las redacciones de los principales medios del país ya funcionaban perfectamente.
La tapa en blanco y negro de aquel ejemplar martilla la pared sobre la que se proyecta el video que abre el recorrido por el ex Casino de Oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada, uno de los más de 700 espacios denunciados como lugares clandestinos de detención y tortura durante la última dictadura.
Son las seis de la tarde del 29 de abril de 2017 y el salón donde solían pasar su tiempo los integrantes del GT 3.3.2, encargado de la represión en la zona, está repleto de personas que vienen a participar de una visita al Museo Sitio de Memoria que hace dos años fue inaugurado allí. La pintura descascarada y las manchas de humedad exponen el paso del tiempo y la imposibilidad de intervenir mayormente un espacio que continúa siendo prueba judicial. La barra de un bar que permanece en una esquina permite imaginar la perversión de aquellos hombres que pasaban del trago a la picana y de la camaradería entre represores a la imposición más sórdida del terror.
“Respuesta a una carta”, tituló el matutino español El País a una columna que escribió Julio Cortázar el 21 de agosto de 1979. Allí dedicaba sus líneas a contar que un argentino exiliado en México llamado Daniel Cabezas le había pedido que denunciara públicamente lo que sucedía en el país y le pedía ayuda para esclarecer el paradero de su madre, secuestrada mientras buscaba información sobre su hijo, desaparecido desde 1976. Para Daniel era la forma de saltar la censura argentina. Para la dictadura, era parte de la “campaña antiargentina”.
Veinte días después, la primera plana de la revista Para Ti vendería como una de sus notas principales la entrevista a Thelma Jara de Cabezas. “Habla la madre de un subversivo muerto”, mintió el emblema de la editorial Atlántida. En las cuatro páginas que dedica al presunto reportaje dice que la madre de Daniel estaba “radicada en Uruguay”, que “denunciaba a las organizaciones que supuestamente defienden los derechos humanos”, que su hijo Gustavo “murió en un enfrentamiento con fuerzas de seguridad” y que los “mecanismos internacionales la comprometieron y usaron para sus propios fines”.
“Me imagino a mi mamá, que nunca midió más de un metro sesenta, sola frente a toda esa gente y ese aparato”, dice con la voz entrecortada Daniel Cabezas, el hombre de la carta a Cortázar. Apenas pasaron las cinco de la tarde y está parado de espaldas a la puerta del Sitio de Memoria, frente a unas 50 personas distribuidas por el parque de ingreso en silencio. “Ella decidió seguirles el juego para que yo me entere de que estaba viva”.
“Fue una nota planificada entre el Grupo de Tareas de la ESMA y algunos periodistas de la revista Para Ti que pertenecía a la familia Vigil”, precisa Pablo Llonto que sucede a Daniel en el uso de la palabra. Además de trabajador de prensa, Llonto es abogado y representa a la familia en la causa judicial iniciada por la nota. “Logramos individualizar al responsable editorial que vive y se llama Agustín Botinelli. La Cámara Federal lo confirmó y finalmente Casación revocó ese procesamiento. Por eso estamos llevando pruebas de nuevo para que por primera vez podamos tener un juicio en Argentina contra un miembro del periodismo de la dictadura por hechos cometidos como periodista. Esta nota es una de las miles que se hicieron en esa época”, expone.
Un aplauso cierra las intervenciones. Los mosquitos, extraños visitantes en esta época del año, son los únicos que se mueven y rompen la quietud de la conmovida audiencia que siente de lejos el paso de los autos por la avenida Libertador. Alejandra Naftal, directora del Sitio, agradece la presencia e invita a pasar.
En el comedor los espera Marcia, que oficiará de guía durante esta nueva Visita de las Cinco, el convite mensual que se organiza para reflexionar sobre lo ocurrido en uno de los lugares donde el terrorismo de Estado ejerció su poder más oscuro. El video de la sala de descanso avanza sobre los primeros días del golpe y expone registros de época que demandan interpretación. En los muros contrastan las cifras de la economía y las imágenes de violencia con notas de diarios y revistas argentinas que parecen hablar de otro país: “Fueron abatidos extremistas”, “Qué hace usted para que su hijo no sea guerrillero”.
La sala queda a oscuras y una frase ocupa todo el salón. “El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”. El párrafo que cerraba los cables de la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA) creada por Rodolfo Walsh se graba transitoriamente en las paredes, aquellas que el mismo periodista definió alguna vez como “la imprenta de los pueblos”. Su mensaje se lee justamente a metros del lugar por donde ingresó su cuerpo acribillado a balazos hace poco más de 40 años.
El video parece llegar al final, queda sin sonido, pero sobre la pared todavía alternan cifras que dan cuenta de la represión: 30 mil desaparecidos, 30% obreros, 21% estudiantes. Mientras el público fija su vista en los números, las luces se encienden. Marcia rompe el respetuoso silencio e invita a continuar el recorrido.
– ¿Y cuál es tu situación personal, mamá? A vos te secuestraron el 30 de abril.
– Sí.
-¿Cómo fue? ¿Cuando saliste del Hospital?
– Sí.
– ¿Y a partir de ahí? ¿Qué fue pasando? Contame un poco eso, para saber.
– Lo que ocurre es que era por mí, por la representatividad que yo tenía en la Comisión. Entonces, el problema era la acción psicológica que yo desempeñaba.
– ¿Cómo? ¿La acción psicológica?
– Claro, era el hecho de que… que todas las cosas que se hagan, que se hagan dentro del país, que no se hagan fuera del país.
Las voces nerviosas de Daniel y Thelma se escuchan claras por los parlantes de la sala de los tribunales. En la grabación es 2 de diciembre de 1979, Daniel está en México y Thelma en Buenos Aires. Él está exiliado y ella, desaparecida. En Tribunales es 16 de septiembre de 2010. Daniel la escucha en el marco de su declaración testimonial por la causa 1270 que investiga el secuestro y desaparición de su madre. Thelma tiene contraindicación médica para pasar por la instancia de declaración testimonial por enésima vez.
– Escuchame una cosa. Lo de la revista Para Ti. Todo lo que vos decís ahí ¿es cierto?
– Eso está acomodado.
– Porque ahí hay muchas contradicciones.
– Claro, porque el periodista lo arregló así.
– ¿Existe Américo Cerruti?
– ¿Eh?
– ¿Existe con ese nombre?
– No, yo pienso que es un seudónimo, yo no sé quién es.
– Pero ese reportaje, ¿existió el reportaje en sí? ¿A vos te hicieron preguntas o lo armaron ellos?
– No, me hicieron preguntas, y realmente, lo que dije, no todo está ahí, lo dieron vuelta.
A Gustavo Cabezas lo desaparecieron en mayo de 1976, a los 17 años. Era militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y cuando fue secuestrado pegaba afiches por el Día del Trabajador cerca de la plaza central de Martínez, en el norte de la Provincia de Buenos Aires.
A Thelma Jara la desaparecieron casi tres años después, a los 52. Era su madre y salía del Hospital Español, adonde cuidaba de su marido internado por un cáncer de pulmón. Thelma ya había recorrido todas las comisarías e iglesias. Había presentado hábeas corpus. Había participado de la conformación de la Comisión de Familiares de Desaparecidos y Detenidos Políticos y había viajado a México y España. Había conseguido incluso reunirse con la esposa del presidente francés Valéry Giscard d’Estaing, a quien le había pedido ayuda en su búsqueda.
“A mi madre le dicen: ‘Te vamos a llevar a hacer un reportaje con gente amiga. Vos tenés que decir esto, esto y esto. Que ellos de alguna manera ya lo saben’”, narró Daniel en su testimonio judicial. “Unos días antes la llevan a una oficina vacía donde había una persona que le dijeron que era una periodista, pero que en realidad era una secuestrada, creo que de apellido García. Y la probaron a ver si decía lo que ellos decían que tenía que decir. Después, antes del reportaje, ese mismo día, la llevaron a una peluquería y le compraron ropa para adecentarla un poco, para presentarla como que tuviera una vida normal”.
La nota ocurrió finalmente en la confitería Selquet, la sentaron en una mesa apartada y le empezaron a hacer las preguntas arregladas previamente con sus captores. Las respuestas no fueron las que esperaban, pero en la publicación no se reflejó. “¿Ves lo que podemos hacer? Nosotros ponemos lo que queremos en la revista”, le dijeron.
Thelma vive, pero no declaró en la causa 1270. Lo había hecho cientos de veces ante organismos, periodistas y en todas las instancias de sede judicial que pudo, entre ellas el Juicio a las Juntas. Incluso testimonió ante el juez español Baltazar Garzón cuando Ricardo Miguel Cavallo fue detenido en México. Entonces la prensa local ya podía contar las cosas, pero la justicia no podía investigar por la vigencia de las leyes de obediencia debida y punto final. Nuevamente había que recurrir al exterior para garantizar que se respetaran los derechos de los argentinos.
En medio de tanta exposición y revictimización, aparecieron problemas cardíacos y de presión que llevaron a Thelma al hospital varias veces. El médico recomendó no exponerla tanto a situaciones de estrés. Hoy, con 90 años, tiene demencia senil. Quizás su memoria, maldita paradoja, pueda fallar a veces. Pero nada más. “Aún en el hogar de ancianos donde vive arma reuniones con la gente que allí trabaja para que no se peleen entre ellos.
Deben seguir estudiando esta enfermedad que tiene porque no ha logrado cambiar su esencia”, relata ahora Daniel a los visitantes de la Visita de las Cinco. “Creo que esta petisita les ganó”, agrega con la voz casi inaudible por la emoción.
Daniel pide permiso entonces para contar una última anécdota. Quiere leer una carta que le escribieron sus compañeros de cautiverio por un Día de la Madre. “En tu día mamá, felicidades. Mamá Thelma es ternura y dulzura, es susurro solidario al pasar, es la mano solidaria, es la palabra de aliento, es ayuda sincera, es el calor del hogar, es la madre lejana, es la madre perdida, es abuela de nuestros hijos, es puro corazón, y, aun en todo su dolor, siempre es apoyo. Por eso y mucho más, es nuestra Mamá Thelma”.
Los visitantes caminan por la planta baja del Casino de Oficiales siguiendo la guía. Recorren la historia de la vieja Escuela de Mecánica de la Armada y se informan sobre la causa judicial por los crímenes de lesa humanidad allí cometidos. Daniel queda retrasado con una persona del grupo. Es Hugo Segura, se presenta, integrante de un grupo de abogados que colaboraba con los militantes peronistas de la zona norte en los ‘70. “Nosotros reconstruimos la caída de tu hermano y presentamos el primer hábeas corpus para averiguar su paradero”, cuenta. Daniel le agradece haberse acercado después de tanto tiempo e intercambian teléfonos.
El grupo sube por las escaleras centrales, donde algunos escalones aún conservan las marcas de los grilletes que el Grupo de Tareas obligaba a usar a los detenidos.
En el primer y segundo piso apenas se puede acceder al pasillo desde donde se alcanzan a ver decenas de habitaciones. Los visitantes lo percibirán poco después: la ubicación es estratégica. En el tercer piso y el altillo alojaban a los secuestrados; en el sótano estaba el principal espacio de tortura; y en el medio dormían los militares que venían de otras provincias y represores. Total normalidad.
En el tercer piso, el grupo se dispersa. Algunos van para la izquierda y entran en Capucha. El principal espacio donde depositaban a los detenidos después de la primera sesión de tortura. Su nombre, cuenta la guía, estaba relacionado con el hecho de que los desaparecidos eran forzados a permanecer con una capucha las 24 horas del día para evitar la identificación de sus captores y el contacto con otros secuestrados.
En un extremo del tercer piso, unos paneles con información recrean pequeños habitáculos. Dentro, se resume la historia de Pecera, el espacio donde los represores obligaban a los detenidos a trabajar como mano de obra esclava. Allí se les pedía que lean medios de todo el mundo y armen resúmenes de prensa para la Marina. Allí también se cuentan las distintas acciones de prensa que realizó la dictadura para encubrir sus actos, como el caso de la falsa entrevista a Thelma Jara de Cabezas.
Llonto se encuentra precisamente dentro del box donde se narra la historia de Thelma. Lo rodean algunos visitantes que preguntan detalles de aquella tarde. La sensación es de intimidad e incomodidad. El abogado de la familia cuenta que al fotógrafo Tito La Penna, que declaró en el juicio contra la editorial Atlántida, le habían pedido que haga “planos cortos” de la entrevistada para que no se vea el contexto ni salga ninguno de los militares que la vigilaban a toda hora.
En el panel vecino, una imagen del diario La Nación revela que no siempre los integrantes del Grupo de Tareas fueron tan cuidadosos. En la foto de la conferencia de prensa de César Luis Menotti publicada en el matutino poco antes del inicio del Mundial ‘78, se ve a Lisandro Raúl Cubas, entonces desaparecido en la ESMA. A Cubas lo habían llevado forzado al predio donde concentraba la Selección argentina para montar una falsa entrevista con el técnico. Al lado de esa nota, también prueba judicial, se exhiben imágenes de los carnet de prensa apócrifos que se fabricaron en la ESMA.
La Visita se detiene ahora en el sótano. Un espacio opresivo, al que se accede desde el playón de autos. Era el primero y último lugar por el que pasaban los secuestrados.
Allí se los torturaba al llegar y se les daba una inyección de pentotal antes de subirlos al avión que los arrojaría al mar en los llamados “vuelos de la muerte”.
Allí también, con tabiques de madera, se conformó un laboratorio fotográfico, una imprenta y un espacio para la falsificación de documentos. Unos paneles en el centro del sótano muestran los cambios que fueron introducidos con el correr de los años. También muestra el lugar donde estaba la escalera que comunicaba con el interior del Casino de Oficiales, pero que fue tapada antes de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de 1979. El objetivo era desacreditar los testimonios de sobrevivientes que hablaran sobre ese espacio.
Allí toma la voz Carlos Muñoz, un sobreviviente que estuvo detenido con Thelma Jara de Cabezas y acompañaba el recorrido en silencio desde el inicio de la visita. “Yo estaba detenido acá a mi derecha”, cuenta señalando un espacio ahora vacío. “Era mano de obra esclava falsificando documentos”, precisa. “Tenía 22 años entonces y a ella le decíamos la vieja. Era como la madre de todos nosotros”, añade antes de recordar el día que en el laboratorio fotográfico se topó con los negativos de aquella operación de prensa que le hicieron protagonizar. “La vieja fue siempre un símbolo. La síntesis de la lucha y un ejemplo de solidaridad”, evoca ante la emoción de Daniel, que lo escucha a un lado y luego se funde en un abrazo.
Daniel se recupera y comenta a los visitantes que, a pesar de su militancia por la Memoria, la Verdad y la Justicia, esa misma tarde aún sigue enterándose de detalles que no conocía sobre el cautiverio de su madre.
Por eso convoca a los presentes a asistir a los juicios y seguir preguntándose por lo que pasó. “Aún no pudimos llegar hasta los civiles que participaron del terrorismo de Estado. Quizás si hubiéramos podido avanzar, hoy no tendríamos a este presidente, porque muchos de los apellidos que apoyaron y se beneficiaron de la dictadura siguen hoy emparentados con el Gobierno”, exclama.
Los visitantes dan una vuelta más por el sótano antes de volver a la planta baja del Casino de Oficiales y entrar al Dorado, el salón principal del edificio desde donde se planificaban los operativos. Allí una instalación de cuadros apoyados contra las paredes evocan el acto fundacional de la política gubernamental de memoria del kirchnerismo: la remoción de la imagen de Jorge Rafael Videla de la galería de Comandantes de las Fuerzas Armadas.
Una serie de proyecciones en las paredes y sobre esos cuadros pone nombre a los represores identificados y procesados judicialmente por perpetrar crímenes de lesa humanidad. Uno a uno se superponen sus rostros en funciones del legajo militar y una imagen actual del juicio en el que son o fueron juzgados. Luego se proyecta la sentencia. Finalmente, una serie de estadísticas marcan los avances logrados en materia de justicia.
La proyección acaba y nuevamente el silencio gana la sala. Quedan las palabras de cierre de Daniel Cabezas, Pablo Llonto y Alejandra Naftal. La mirada va hacia el futuro y la importancia de cuidar estos espacios en momentos en que la memoria deja de ser una política de Estado y desde el Gobierno se busca deslegitimar a las organizaciones de derechos humanos que tanto hicieron por la democracia argentina.
Un aplauso pone fin a la visita. Pero las emociones siguen en el ambiente. Tres jóvenes se acercan a Daniel y le piden una foto. Invitan a Pablo Llonto y a los integrantes del Sitio de Memoria. La consigna es levantar el puño y abrir la boca dando un grito. Los chicos pertenecen a La Garganta Poderosa, una revista realizada por integrantes de las villas y asentamientos de todo el país que prometieron no callarse más y hacerse oír en todas partes. Desde sus remeras rojas hablan de Rodolfo Walsh, el periodista que denunció a la dictadura cuando ningún otro se animaba y que fue acribillado a balazos por un Grupo de Tareas. Con su mensaje no pudieron: hacer periodismo verdadero para romper el terror.
JAVIER BORELLI es periodista y licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Preside la cooperativa que edita Tiempo Argentino. Coordinó la Red Latinoamericana de Sitios en Memoria Abierta e integró el equipo de la puesta museográfica del Museo Sitio de Memoria ESMA.