Por Roxana Barone
Volvió a la ESMA dos veces: la primera en 2014; la segunda el sábado 27 de mayo de 2017 para participar de La visita de las Cinco en el Museo Sitio de Memoria. Sobreviviente del campo de exterminio, Ricardo Camuñas guardó durante 40 años unos dibujos sobre papeles de servilletas, que ahora, ven la luz en la muestra “Lelia Bicocca. Una historieta en la ESMA”.
“Estaba esperando este momento: quería mostrarlos.
Pero nunca pensé que podía tener el impacto que generó porque, claro, ahora tomo conciencia de que es un elemento material de alguien que estuvo en la ESMA, un testigo mudo”, explica Camuñas a la multitud que acompaña sus palabras en silencio.
Lelia Bicocca sigue desaparecida. Fue secuestrada el 31 de mayo de 1977 cuando tenía 44 años y trasladada primero a Campo de Mayo y luego a la ESMA, donde fue vista por última vez en octubre de 1977. Bajo la luz artificial de Capucha, donde estaba detenida, dibujó esos trazos de humor negro que Camuñas atesoró desde entonces.
“Il Capuchino me llega por Betty (Beatriz Luna), mi novia de entonces, que estaba detenida junto a Lelia. Me llega a través de un guardia, un pasamanos, no sé. Lelia había desarrollado una relación especial con algunos guardias, que le permitían tener papel, lápiz. Había un guardia que iba y hablaba con ella y de repente decía: `Mejor me voy, esta señora me hace pensar mucho´. Era una mujer muy especial, pero todo lo que sé de ella me lo contó Betty cuando nos liberaron el 1 de septiembre de 1977”, sigue Camuñas, invitado especial a esta visita junto con la dibujante Maitena.
Los dibujos están garabateados sobre servilletas de papel de bar, las de seda, “con frases de El Principito, de El Martín Fierro. Lo más fuerte es el encabezado, donde Lelia lo plantea como si fuese un periódico”, sigue Camuñas: Ediciones: Grilletes Unidos Autores: Esposas varias Talleres Gráficos: Cucha Cucha. Se terminó de imprimir un día a la tarde, temperatura primaveral, olores varios.
Luz artificial del año 1977.
Maitena llegó al Museo Sitio de Memoria por primera vez ese 27 de mayo. Entró de una manera y salió de otra. Visiblemente conmovida. “Lelia era una dibujante muy expresiva y yo como dibujante entiendo lo que a ella le pasó en este lugar horroroso, y, sin embargo, tuvo las ganas o la necesidad de agarrar un lápiz y hacer humor y reírse. Yo siempre digo que me río de lo que me hace llorar. De eso se trata el humor. Lelia se enfocó en ese dolor enorme con una brillantez increíble y con un gran manejo de la ironía, como ese dibujo del féretro con Il Capuchino recostado como si tomara sol. Son dibujos sin fondo, sin escenografía; pero ese muñeco con palitos dice muchísimo. Esos dibujos me traen de vuelta a una mujer, que podría ser como yo o como cualquiera de ustedes”, les dice Maitena a los visitantes, a poco de ingresar a lo que fue el edificio del Casino de Oficiales, donde funcionó el centro clandestino más emblemático del país durante el terrorismo de Estado.
Enseguida Camuñas entregará al Archivo Nacional de la Memoria una cajita. La cajita donde durante 40 años atesoró los dibujos de Lelia para que esos originales ajados por el paso del tiempo puedan ser restaurados.
Son ocho los dibujos que heredó y que puede describir con la precisión de quien los ha mirado una y otra vez: “Hay una página con dos dibujos, uno aparenta estar tocando una guitarra y dice: Aquí me pongo a cantar; después hay otro que dice: Perrito lindo, no, donde evidentemente, le acaba de mear la pierna; el otro dice: Ahora comprendo por qué los árboles florecen en primavera y dejan caer sus hojas en invierno sin sentir culpa de librar; en la tercera hoja hay un texto que dice: Amar no es mirarse uno al otro sino mirar dos en la misma dirección. Hay otro que está con muletas y ahí está desgraciadamente borrado, pero el texto empieza con caminante no hay camino, se hace camino al andar y había una vez un Principito, pero se humedeció el papel y se borró. Y el último es un dibujo que tiene la cabeza en la mano –como en Hamlet, pero en vez de calavera tiene su propia cabeza– y está borrada la frase pero me acuerdo que decía ser o no ser”.
“Sentí con esta invitación que concluía una tarea que nadie me había encomendado pero que yo asumí: ser el guardián de esos dibujos”, que por primera vez salieron de la casa de Camuñas en 2014 para ser entregados como prueba en el juicio ESMA III.
Otra vez la multitud en silencio.
Maitena, Camuñas, la directora del Museo Sitio de Memoria, Alejandra Naftal, el hermano de Lelia –Jorge– y otros familiares, seguidos por una larga fila de personas, suben las escaleras, pasan por delante de lo que fueron los dormitorios de los oficiales, siguen un tramo más arriba y se dispersan entre Capucha, un recinto sin ventanas donde los represores retenían a los secuestrados, y Capuchita, donde las condiciones de vida eran aun peores.
-¿Dónde estabas vos?, le pregunta uno de los visitantes a Camuñas.
Extiende su brazo y señala el final del pasillo de Capucha, donde el recinto dobla en forma de L. Se le humedecen los ojos. Enseguida gira su cuerpo para señalar el punto donde sabía que había estado Lelia. Maitena se asombra del tamaño de las celdas: unos espacios mínimos separados por tabiques de madera en los que cabía una persona acostada.
-¿Cómo es que sobreviviste?, pregunta otro de los visitantes a boca de jarro y, enseguida, como avergonzado, ensaya una disculpa.
-Creo que por la intervención de un abogado de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Salimos con Betty el mismo día. Hubo un momento en el que nos llaman por el número –cosa que sí no recuerdo– y nos llevan. Creo que ese fue uno de los momentos de mayor tensión… la espera, parados en el exterior, recuerdo el fresco del viento.
Estábamos todavía con la capucha, apoyando las manos sobre la pared y a la espera de no sabíamos qué, hasta que uno nos condujo hasta un auto y nos dejan frente a la estación del Ferrocarril Mitre en unos callejones muy oscuros. Ya era de noche. Nos bajan con la recomendación de que descendiéramos sin mirar, que recién cuando se alejaran podíamos abrir los ojos.
Nos dejaron con una valijita con cuatro, cinco prendas y el dinero casi exacto para poder tomarnos el subte, que fue lo que hicimos, desde Retiro hasta Constitución y ahí un ómnibus que nos dejaba en la esquina de nuestra casa, en Gerli. Uf, muy fuerte.
La cantidad de público es enorme y el silencio conmueve.
Sólo se rompe con alguna pregunta de un visitante y de Maitena, que quiere saber más. De fondo, cintas sinfín repiten las voces de los sobrevivientes.
La gente pregunta, señala, escucha, lee cada uno de los carteles que dan cuenta del horror. Camuñas, mientras tanto, habla y habla, como si en el contar pudiera recuperar la vida de sus compañeros que ya no pueden contar.
Naftal invita a Maitena a que la siga. La conduce a “La pieza de las embarazadas”. “¿Cómo es posible que en este lugar nacieran chicos?”, dice una leyenda escrita en el piso.
-¿Cómo es posible?, repite Maitena y lee en voz alta, pausada, como si en esa lectura quisiera absorber cada letra: “Querida Mamá. Hoy después de tanto tiempo sin saber de mí recibís noticias mías por la presente. Lamento mucho no haberte escrito antes pero me fue imposible pues me encontraba fuera del país realizando unos trabajos.
Éste es mi niño. Se llama Sebastián, lo tuve en una clínica en Buenos Aires. Pesó 3,800 kilos, nació con fórceps.
Yo me encuentro muy bien en perfecto estado de salud, el portador del niño es un amigo mío que me hace la gauchada por no poder hacerlo yo en este momento pero quiero que estés tranquila pues estoy muy bien y ya me voy a comunicar nuevamente con vos”.
Naftal le explica que esa carta la escribió Patricia Marcuzzo mientras estaba en cautiverio, obligada por sus represores. Es un documento único que sirve para dimensionar algo de lo que allí vivieron decenas de mujeres, obligadas a parir en esas circunstancias y a entregar a sus bebés, cientos de los cuales aún siguen siendo buscados por las Abuelas de Plaza de Mayo. La suerte de Sebastián fue distinta: fue entregado por personal de las fuerzas de seguridad a su abuela materna y pudo conocer su completa identidad en 1983. Su madre sigue desaparecida.
Una de las guías intenta ordenar a los visitantes. Los invita a bajar al sótano, acaso el lugar más oscuro y triste del recorrido.
Naftal explica el significado de las fotos de Víctor Basterra, el sobreviviente que logró sacar de la ESMA algunos negativos que los marinos tomaban a los detenidos- desparecidos. Maitena toma el micrófono. Está llorando, como otros muchos que participan de la visita.
No sé qué decir, me quedo sin palabras frente a esto que estamos viendo. Es nuestra responsabilidad venir, invitar a otros a visitar este lugar; tiene que ser nuestro compromiso para que esto no vuelva a pasar nunca más.
Lelia tenía 44 años cuando se la llevaron el 31 de mayo de 1977 de la casa de calle 56 al 5800 de San Martín, donde vivía con su padre. Militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores y hacía labor pastoral como catequista de la Asociación de Jóvenes Cristianos de su barrio.
“Entran a la una de la mañana. Entran a la casa, mi padre abre la puerta, suben y van diciendo que venían a detener a Lelia Bicocca, que no le iba a pasar nada.
Que luego la iban a devolver a su domicilio. En esa época nadie sabía. No se sabía. No trascendía que estos señores se llevaban a las personas, las mataban y las desaparecían”, relató su hermano Jorge en una de las audiencias del juicio en el que también le preguntaron qué hacía su hermana: – Aparte de hacerles bien a todos, tenía un pequeño negocio de librería.
Ahora, Jorge, el pelo blanco y la vida encima como una mochila de mil kilos, llora y agradece este homenaje a su hermana. De alguna manera, la está despidiendo junto a todas estas personas que se acercaron a la ESMA.
“Estamos hoy recordado a Lelia, que estuvo detenida aquí y que fue secuestrada hace 40 años. Creemos –porque sólo tenemos hipótesis– que estuvo hasta septiembre cuando fue trasladada en uno de los llamados vuelos de la muerte. Seguramente Lelia tuvo ese destino, pero no podemos tener la certeza porque ninguno de los que llevaron adelante semejante barbarie dijeron qué pasó con cada uno de los desaparecidos”, dice Naftal.
Jorge sigue llorando a su hermana.
La visita está por terminar. Pasaron ya dos horas y la gente aún sigue dispersa por los recovecos del Sitio. Los invitan a bajar al Salón Dorado, desde donde los marinos planificaban las operaciones delictivas.
Hay muchos jóvenes, estudiantes de una escuela de artes del conurbano, algunos sobrevivientes del campo de exterminio y muchos otros que están recorriendo el lugar por primera vez. La mayoría se sienta en el piso.
Mueve la cabeza a un lado y otro para no perderse detalle de esas proyecciones en las paredes con información de los represores que actuaron en la ESMA.
Naftal le da la palabra a Jorge. “Su bondad –dice con la voz entrecortada– es el antagonismo a sus verdugos, los genocidas más degenerados que conoció la República”.
Una frase. Una síntesis.
Ojalá Lelia esté descansando en paz.
ROXANA BARONE es editora general de la Revista Haroldo del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. Fue Prosecretaria General de Redacción de la Agencia de Noticias Télam y editora de la Revista 3 Puntos, Diario Clarín y El Cronista. Publicó Arnaldo Rascovsky, el gran comunicador del psicoanálisis, Editorial Capital Intelectual, 2009. Fue premiada como “Periodista Amiga de la Infancia”, por el Capítulo Infancia de Periodismo Social, con el apoyo de UNICEF; reconocida por la organización 100% Diversidad y Derechos, distinguida por el Observatorio Nacional de Derechos en Discapacidad y nominada a los Premios Lola Mora en la categoría Prensa Escrita. Forma parte del Consejo Consultivo de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género en Argentina. Es profesora de Lengua y Literatura.