Por Guillermo Caviasca
El recorrido en el que participé fue una visita de las que periódicamente se realizan a las cinco de la tarde los sábados en el antiguo Casino de Oficiales la Ex Escuela Mecánica de la Armada (ESMA). Numerosos grupos de visitantes asisten para conocer el lugar y recuperar la memoria y la historia de quien sufrió ser capturado vivo y terminó su vida en ese centro de tortura.
En ese sentido esta sería una visita más. Y podrían ser inagotables las visitas, ya que cerca de cinco mil personas pasaron por ahí. Cada visita es única, como es única la vida arrebatada por esos personajes desviados de toda ética y humanidad que regenteaban los centros clandestinos. Pero esta visita tuvo algo particular. Siempre que hablamos de los desaparecidos, muertos y torturados en los centros clandestinos, imaginamos arquetipos. Entre los torturadores, a militares, policías y paramilitares. Y, como víctimas, a “civiles”, sean guerrilleros, revolucionarios, activistas obreros u otra categoría de militantes. Pero esta vez, hablábamos de militares, sólo de militares, de militares en ambos lados de la trinchera.
Aunque soy de los que creen que la idea de pensar «civiles-militares» como diferentes es errónea. O una dicotomía parangonable en sus diferencias a la que podría haber entre integrantes del poder judicial y el resto de la población; entre periodistas y no periodistas, entre ingenieros y el resto de la población no técnica. Pero lo cierto es que la categoría “militar” tiene un sentido particular, ya que detentar el monopolio de la fuerza en una sociedad tiene un impacto fuerte y la visibilidad de ese poder, como las consecuencias directas de su utilización vuelve a los integrantes de esta especialización como miembros de una comunidad con características propias.
Y hablábamos de marinos. Nada mas ni nada menos, la fuerza considerada “gorila casi por definición” (aunque sean definiciones válidas en el tiempo y variables con él). Y de desaparecidos, en un grupo de integrantes de la Armada Argentina que fue parte esa fuerza en la década de 1970. Lo que sin dudas nos obliga a re-pensar esa definición “monolítica” o “genética” que, como todas las posiciones socialmente construidas, se alteran en tiempos extraordinarios como los que se vivieron en aquella época. Tiempos en los que nuestro país definía su futuro.
Homenajeamos especialmente de uno de ellos. El hoy teniente pos mortem Mario Galli y a Patricia Flynn su compañera, secuestrada con él.
En la recorrida se explicó que Galli era guardiamarina y que con varios oficiales y suboficiales dieron una pelea en la fuerza para cambiar su orientación antipopular. La resolución de los conflictos de ese periodo los obligó a quedar fuera de la fuerza contra su voluntad, y a integrarse a la Organización Montoneros antes de eso, cuando aún la integraban.
El mas conocido de los referentes del grupo que sobrevivió a la dictadura, el teniente de fragata Julio Urien estuvo ese día en la recorrida. Junto a la hija de Galli, Marianela y a Stella Segado, ex directora de derechos humanos del Ministerio de Defensa. Tuvimos la alegría de que se acercara Martín Lebrón, hijo del también asesinado Capitán Carlos Lebrón, el oficial de más graduación del grupo, y también estuvo Anibal Acosta, sobreviviente del grupo de marinos.
Era un día de lluvia que nos hacia pensar que sería una visita raleada, pero doscientas personas acompañaron a estos guías durante el recorrido y con ellos visité el centro clandestino mas desgraciadamente famoso. Cualquier visitante puede ver que la ESMA era un extenso predio de muchas hectáreas, enclavado en la zona norte de la Capital Federal. Allí la Armada desarrollaba diversas actividades, entre ellas, la formación de mecánicos navales. El centro clandestino no ocupaba todo el predio, sino el Casino de Oficiales, un gran edificio de la esquina noroeste.
La recorrida es en ese espacio. El trabajo de profesionales ha recuperado el lugar, para mantener vivo el recuerdo, como Museo, pero también como lugar de reflexión permanente sobre el hacia dónde debemos construir nuestro futuro. ¿Cómo son los Museos? Mas allá de un posible lugar de estudio o preservación de patrimonio histórico, son o deben ser un lugar de historia para construir la memoria colectiva de un pueblo, de su pasado, de sus héroes y mártires, y también de sus verdugos. Aprender, no para estar paralizados en un pasado añorable o repudiable, sino para construir un mañana. El Museo es memoria y es historia. Es enseñanza.
Yo era la primera vez que visitaba este emblemático sito, y sólo lo conocía desde afuera a través de protestas que se habían hecho a lo largo del tiempo para conocer la verdad de nuestro pasado. Por eso, quizás como con muchos de los visitantes, la sensación fue de un necesario impacto. En esos fríos pasillos, salones y baños uno puede intentar imaginar lo inimaginable, cientos de personas arrojadas por tiempos indefinidos sin nada que esperar, salvo que la próxima sesión de tortura no se llevara adelante.
Nos juntamos en un gran salón de planta baja donde comienza y termina el recorrido. Se presentaron a los invitados y se contextualizó la actividad. Más tarde, comenzamos a caminar por el espacio. Hubo paradas en diversos lugares emblemáticos. Cada lugar abrió preguntas. Y los visitantes acumularon las suyas.
En una parada, Julio Urien recordó cómo se formó su grupo. Estaban en la Escuela de Oficiales. Él habló de la influencia del Cordobazo, del “nacionalismo revolucionario” y de Montoneros en algunos jóvenes oficiales. Nos habló de su rechazo a las doctrinas de represión con la que se los estaba formando. Luego habló Marianela. Ella fue secuestrada con su familia y guarda el recuerdo de la lucha por recuperar sus raíces familiares, pero más que eso, de recuperar a su padre y madre como sujetos. Stella Segado contextualiza el tema en el marco de las políticas públicas destinadas a darle un mentís a las ideologías que promueven doctrinas de “enemigos internos” y visiones de la sociedad conspirativas. También se sumó Martín Lebrón que nos recordó la formación de su padre en las ideas del nacionalismo popular y el revisionismo histórico.
Se recorre Capucha, Capuchita, Pecera. Alguien habla de La Avenida de la Felicidad, ese espacio delgado del Sótano que conducía a las salas de tortura. Todos lugares con nombres irrisorios. El recorrido termina y aparece el balance, siempre provisorio, pero necesario. La emoción del reencuentro con la historia, que es la personal en muchos casos. El balance, la reflexión crítica. Y la conclusión de una visita donde el mal aparece casi en estado “ideal”.
Como decía al inicio, nos encontramos con marinos que torturaban a marinos, eso nos enseña que no había una fuente de mal monolítica. Y si bien el mal ganó, no lo hizo sin tener que esforzarse, aun para solidificar su brazo armado. Porque en esa camada de marinos, donde estaba Galli, Lebrón, Urien, y otros, también estaba Astiz. Y Astiz no era el abrumador sentido común de esos jóvenes oficiales. Ese sentido se construyó, también allí, mediante una lucha, la depuración, la tortura y la muerte.
La desaparición de Galli fue parte de una metodología adoptada para reformular la sociedad argentina, su estructura. Para instaurar el modelo neoliberal de capitalismo y arrebatar soberanía a la nación y justicia al pueblo trabajador. Requería una dosis muy grande de represión. Esto lo sabemos. Después de la visita, queda claro que Galli no fue un militante más de una organización política que buscaba la Liberación Nacional y que luchó por ella. Fue un integrante de la Armada. Como tal, cobró conciencia acerca del lugar en el que se encontraba la verdadera independencia para llenar el concepto de Patria de verdadero contenido.
Eso lo expresan las poseías que dejó y leyó en una de las paradas Marianela. Y no fue un individuo rebelde, en una fuerza militar, que lo expulsó como “agente patógeno”, sino que fue parte de una corriente de ideas, surgida al calor de la lucha popular, que también se manifestó en las Fuerzas Armadas. Fue parte de grupo de oficiales comprometido con intentar hacer que la Marina de Guerra fuera parte de ese proceso de Liberación Nacional, tarea titánica, y en esa tarea, comprometió su vida.
Por eso, es necesario recordar a los integrantes de la fuerza que dieron la pelea. Primero al interior de la fuerza y después en Montoneros.
Teniente de navío Carlos Lebrón asesinado en Tucumán integra esa lista, ascendido pos mortem a capitán.
El Guardiamarina Mario Galli desaparecido con la familia, y con su hija más tarde devuelva a un pariente. También ascendido pos mortem a teniente.
El Guardiamarina Julio Urien, miembro de Montoneros, jefe de la sublevación y toma de la ESMA en 1972, preso desde 1975, ascendido a Teniente de Fragata.
El Cabo segundo Juan Domingo Tejerina secuestrado en la ESMA, e integrante de Montoneros. Los Guardiamarinas Aníbal Acosta y Ricardo Hirch, adherentes.
Como nos recordó Urien en una de las paradas, el total de oficiales involucrados en el grupo eran nueve y los suboficiales unos treinta. Más 180 soldados conscriptos que se sumaron concientemente a la sublevación del 20 de noviembre de 1972, el día que volvía el general Perón al país. Para apoyar el retorno, una cantidad de oficiales tomarían una serie de unidades militares. El grupo de la ESMA fue el único que concretó la acción. Como consecuencia, la inteligencia comenzó una investigación para dar con todos los integrantes de la corriente y los complotados fueron separados de la fuerza. Reincorporados al servicio en disponibilidad con el triunfo peronista de 1973, fueron dados de baja definitivamente después de la muerte de Perón.
La historia aún sigue escribiéndose.