por Pablo Waisberg
Flexiona levemente las rodillas, inclina el cuerpo hacia adelante, despliega su sonrisa enorme y baja un poco la cabeza. Cuatro movimientos en uno para agradecer el aplauso que recibe en el Salón Dorado de lo que fue el Casino de Oficiales. Está repleto de gente. Ella, la fiscal de la causa ESMA III, Mercedes Soiza Reilly, es una de las figuras centrales en La Visita de las Cinco al Museo Sitio de la Memoria, donde funcionó el campo de exterminio de la antigua Escuela de Mecánica de la Armada. El aplauso dura varios segundos y es apenas más corto que el que le acaban de dar a las cuatro Madres de Plaza de Mayo que llegaron para abrir la recorrida, donde se presenta la novela gráfica ESMA: el horror, la resistencia y la lucha en viñetas. “Estas madres priorizaron la búsqueda de sus hijos y no contar su propia historia”, dice la fiscal, que siente una emoción especial porque a unos metros de ella está Sara Laskier de Rus, sobreviviente de Auschwitz y madre de Daniel, uno de los científicos de la Comisión Nacional de Energía Atómica que continúa desaparecido. “Ahí está la fuga de cerebros”, enfatiza. Afuera está lluvioso y gris.
“Me voy a presentar: soy una sobreviviente del Holocausto y, además, madre de un desaparecido”, dice Sara, de 93 años, con ese inconfundible acento polaco y el collar y los aros que eligió para la ocasión. No puede salir de su casa sin ellos. A su lado están Vera Jarach, Tita y Benjamín Schwalb, y Clara y Marcos Weinstein. Buscan a sus hijos e hijas. “Lo que me impresionó hoy es ver a la señora fiscal que estaba conmigo cuando declaré por primera vez ante un juez. Daniel era físico nuclear. Se recibió en 1976 y lo llevaron el 15 de julio de 1977”, cuenta Sara.
Daniel fue secuestrado de la puerta de la CNE, frente a la ESMA. Ese mismo día también detuvieron a Gerardo Strejilevich y Graciela Barroca. Ellos tres, militantes de la agrupaciones universitarias o sindicales de Montoneros, fueron parte de una serie de operativos ilegales que terminaron en veinte desapariciones y once secuestros. La mayoría de los sobrevivientes se exiliaron y terminaron aportando su saber y formación —construidos en la universidad pública y un organismo estatal— al desarrollo de otros países.
“Teníamos tantas ilusiones con él. Mi marido estaba orgulloso. Estamos ilusionados con encontrar los restos de mi hijo. Aunque sea un hueso para darle sepultura”, completa Sara y abre, de hecho, la visita que va a estar sobrevolada por esa caída de los científicos: uno de los temas que obsesiona a la fiscal, dentro de su obsesión mayor que es la causa ESMA.
Los irradiados
En los años previos al golpe de Estado de 1976 había varios científicos que trabajaban en un proyecto para desarrollar el reprocesamiento de elementos combustibles irradiados o gastados de Atucha I y Embalse Río Tercero, dos centrales atómicas. En ese proceso habían logrado –entre 1968 y 1974, con presupuesto del Estado nacional– separar plutonio, un elemento creado por el hombre, que no existe en la naturaleza. Era la primera vez que se conseguía eso en la región. Sólo un puñado de países estaban por delante de Argentina: Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y Francia. Todos ellos estaban embarcados en la industria armamentística. Argentina lo había hecho para producir energía.
El equipo que trabajaba en eso estaba integrado por Santiago Morazzo y Carlos Calle, que fueron secuestrados cuatro días después del golpe. Los llevaron a la ESMA, donde los tuvieron entre tres y cuatro días. Después los llevaron a un buque de la Armada y finalmente al penal de Devoto, donde se encontraron con otros investigadores: Eduardo Cuello, Pedro Landeyro y Máximo Victoria, entre otros. Los liberaron siete meses más tarde. Morazzo, Calle y otros cuatro científicos se exiliaron y terminaron a cargo de centrales europeas de investigación nuclear.
Lo que había en juego era el control del desarrollo científico que se desplegaba cuando los secuestraron. Las potencias económicas querían vender productos y plantas “llave en mano” pero acá, los científicos querían seguir desarrollando, construyendo ciencia propia. Lo habían hecho casi durante una década ¿por qué no podrían continuar? La respuesta volvió en forma de desapariciones y exilios.
La duda
Del Salón Dorado, los visitantes pasan a otro ambiente donde se proyecta un video que da contexto histórico. Adriana Suzal, que vio este audiovisual muchas veces, suspira, corre la vista, inclina la cabeza hacia el techo y parece que sus ojos se van al pasado. Ella fue una de las secuestradas cuando detuvieron a los que habían participado de la creación del centro de estudiantes en el colegio religioso Ceferino Namuncurá, de Florida. “Eso había sido en 1973. Yo ya había egresado y estudiaba en la facultad pero nos secuestraron a once de ese colegio. Hay cinco desaparecidos”, recuerda. Es una de las sobrevivientes. Viene seguido a estas recorridas especiales, que se hacen los últimos sábados de cada mes. Viene a contar lo que pasó. Igual que Alfredo Ayala, a quien todos llaman Mantecol, que fue un dirigente villero y de su paso por la ESMA le quedó una voz de pito sin volumen. “Esta no es mi voz. Uno de los interrogadores se aburrió de preguntarme y de que no le respondiera y me metió la picana en la boca”, explica.
La recorrida sigue rumbo al Sótano, donde empezaba el calvario de los secuestrados. Después seguirán a Capucha, Capuchita y pasarán por la sala donde parían las secuestradas y el Pañol, donde amontonaban lo que robaban durante los secuestros: electrodomésticos, libros, ropa, algún mueble.
Uno de los visitantes tiene unos 30 años y barba rala. Se da cuenta de que Alicia es sobreviviente y le hace preguntas. La última es, tal vez, la duda que más tortura a los sobrevivientes.
—¿Y por qué saliste?
—No sé. Eso no lo sabe nadie.
Madre e hija
La fiscal conoce de memoria el antiguo centro clandestino. Lo recorrió muchas veces pero esta visita es particularmente especial. Vino una de sus hijas, que tiene 16. “Me emociona como madre pero también por lo que mis hijos pasaron por tener una madre así”, dijo hace un rato, al inicio de la recorrida, con la emoción apretándole un poco la garganta.
Posiblemente le volvieron a la memoria esas noches que pasó escribiendo el alegato de 108 horas –“a mí nadie me lo escribió”– o el reclamo por las cenas que no estaban listas. O aquel cumpleaños de su madre al que tuvo que faltar. Ella siempre se lo reclama.
Tal vez, le terminó de caer la ficha de cómo la Escuela de Mecánica de la Armada había atravesado su vida, la de sus hijos, las reuniones con amigas. El tema aparecía siempre, todo el tiempo, como le pasa al periodista de la novela gráfica que se presenta esta tarde.
Il Capuchino
ESMA, la novela gráfica que se presenta aquí, es el resultado de una crisis. Una crisis laboral, personal o de ambas juntas, cruzadas. Ese libro empezó a escribirse, a dibujarse, casi en el mismo momento en el que Juan Carrá me llamó para pedirme la clave de acceso al sistema de Infojus Noticias. Me dijo que la suya no funcionaba. “No pude entrar al sistema, debe haber un error ¿Me pasás la tuya así puedo subir la nota que hice?”, me mintió. Él ya olfateaba lo que había pasado. Yo vacacionaba en casa, en ese enero de 2016.
Mi clave tampoco servía. Juan y otra decena de periodistas integrábamos el primer contingente de echados. Era el principio de la tabla rasa que empezaban a hacer con Infojus Noticias. Después de eso siguieron otros despidos, el cierre del portal de noticias judiciales que funcionaba bajo la órbita del Ministerio de Justicia, y el intento por hacer desaparecer el archivo de noticias. Eso no lo lograron. Todo lo otro sí.
En Infojus, Juan tuvo la tarea —entre muchas otras— de cubrir el juicio oral de ESMA III. Eso lo fue absorbiendo de a poco.
Un día llegó a la redacción con la historieta de Il Capucchino. Estaba sorprendido y conmovido por ese acto de resistencia en medio del infierno: Lelia Bicocca había hablado de su cautiverio y el de sus compañeros en una pequeña historieta que otra secuestrada había logrado sacar de la ESMA.
Tal vez, ahí Juan empezó a pensar que había otra forma de contar ese tramo de la historia argentina, esa decisión por modificar la estructura económica del país y cargarse a quienes empujaban otro modelo. Pero el libro empezó a cobrar forma cuando lo despidieron: la historia de un periodista que cubre el juicio oral y queda atrapado por ese proceso judicial, político y social que posibilitó avanzar en una política pública de Memoria, Verdad y Justicia como no ocurrió en ningún otro país de la región. Era su manera de seguir cubriendo el juicio –que terminó el 29 de noviembre de 2017 con la condena de 48 marinos, policías y civiles por haber cometido 789 crímenes– y de darle un cierre a su trabajo.
“Usar el juicio como eje no sólo tuvo que ver con que ordenaba narrativamente la historia, sino que tiene que ver con reivindicar la importancia de los juicios para que se quiebre al impunidad. Es importante ir a acompañar a las víctimas por eso quiero aprovechar este momento para alentarlos a que vayan a los juicios. Son públicos”, explica Carrá. Detrás de él se proyecta una animación de las ilustraciones que hizo Iñaki Echeverría, que cuando el libro estaba por la mitad decidió cambiar de técnica y rehízo todo de nuevo. “Empecé trabajando con tinta pero me daba una imagen de un dibujo más estanco y cambié a lápiz, que da un trazo más fluido, casi como los viejos cronistas que iban con dibujante”, reconstruye.
La explicación
La visita regresa al punto de partida: el Salón Dorado, donde los marinos festejaban casamientos y cumpleaños de quince, pero luego lo convirtieron en las oficinas de inteligencia. Ahí analizaban la información arrancada en la tortura, planificaban los nuevos operativos y lanzaban las órdenes a la patota. “La clave de la ESMA fue el aparato de inteligencia. Tenían una burocracia para eso, que terminó atentando contra la clandestinidad. Esos registros nos permitieron demostrar en el juicio que no se trató de casos individuales sino que atacaron a colectivos políticos. Y golpearon sobre ellos hasta destruirlos. Y eso es lo que pasó con los jóvenes científicos”, dice Soiza Reilly.
Otro audiovisual recorre cada tramo del juicio ESMA. Detalla la cantidad de crímenes y de víctimas, y muestra –en cuadros que quedan al ras del suelo– las imágenes de los condenados.
La guía, que en La Visita de las Cinco casi no interviene, hace una aclaración sobre el objetivo de fondo del golpe: implantar un nuevo plan económico
Eso fue lo que denunció Rodolfo Walsh, periodista, escritor y militante político, al cumplirse un año del asalto a la Casa Rosada. “Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”, escribió en la Carta Abierta a la Junta Militar.
Despachó varios ejemplares en un buzón de Plaza Constitución y poco después fue emboscado por los marinos de la ESMA.
Publicada en Revista Cítrica, 4 de noviembre de 2019.