El testimonio como reparación
Por María Delgado
Mi abuelo fue desaparecido en 1937 durante la Guerra Civil española; mi padre y mi tía vinieron a Gran Bretaña como niños refugiados ese mismo año. Mi padre murió hace diecisiete años, mi tía ya no puede recordar su pasado o la Guerra porque tiene Alzheimer avanzado. El recuerdo de la lucha tiene que ser transmitido; recordar es mi responsabilidad porque mi padre y mi tía ya no están aquí o no pueden hacerlo.
Emilio Silva Barrera, Josefina Musulén Jiménez y María del Pino Sosa Sosa testificaron en febrero de 2012 sobre el escenario imponente y hostil del Tribunal Supremo de Madrid, un espacio que, como Emilio ha señalado, funcionó para acobardarlos e intimidarlos. Y testificaron en lo que se ha llegado a conocer como el juicio contra Baltasar Garzón por la memoria histórica, porque necesitaban que estas verdades fueran escuchadas por una sociedad que había construido su edificio democrático sobre las fosas comunes de más de 140.000 personas desaparecidas. El acto de recordar se convierte así en un acto de resistencia, un acto de compromiso sostenido con el cuerpo, sostenido en el acto de dar voz. Se trata de garantizar que estos crímenes contra la humanidad permanezcan en el espacio público.
En 1784, el escritor alemán Schiller escribió que “el dominio del teatro empieza donde termina la esfera de la ley secular”. Para Schiller, el teatro –que viene de la palabra griega teatron, el lugar donde se mira— es un espacio donde la legislación que ha resultado peligrosa o irrazonable puede ser cuestionada. El escenario como una esfera alternativa de justicia, un lugar donde las deficiencias judiciales son expuestas y, aún más importante, donde pueden ser corregidas.
El 29 de septiembre de 2018, en Barcelona, vi a un grupo de actores leer El pan y la sal. En un coloquio después de la lectura dramatizada, escuché a Josefina Musulén Jiménez y a Maria Antonia Oliver, quien testificó ante el Tribunal Supremo sobre la desaparición de su abuelo y cuyas palabras cierran la película que hemos visto recién. Ellas hablaban de la obra de Raúl como un acto de transmisión y diálogo, una forma de asegurar que mucha más gente conozca lo que pasó. “Doy las gracias —dijo Maria Antonia— por llevar nuestros testimonios, que en realidad es recoger los testimonios de nuestros desaparecidos, y llevarlos hoy aquí para que la gente los pueda escuchar».
El pan y la sal nos habla de un pasado que por muchos años no se pudo nombrar; brinda un espacio para escuchar con cuidado y empatía. El pan y la sal permite que el testimonio circule una y otra vez en un escenario donde, como señala Schiller, las deficiencias judiciales pueden ser corregidas. El Tribunal Supremo puede haber intentado cerrar el diálogo, pero los testimonios se escuchan nuevamente tanto en El pan y la sal, como en el escenario de la película de El Pampero Cine que se mostró durante la visita, exigiendo justicia. Y el público, cada uno de nosotros como espectadores, formulamos nuestros propios juicios y nuestras propias preguntas, al igual que las dos actrices Luciana Acuña y Laura Paredes se encuentran frente a la pantalla involucrándose con el testimonio de la película, al igual que Rubén Szuchmacher que se encuentra dirigiendo tanto el juicio reconstruido para la película como a los actores argentinos que leen el testimonio de Emilio, Josefina y María del Pino, al igual que Alejo Moguillansky cuyo film pone el testimonio argentino y español en un diálogo que permite un proceso de reflexión. Y esta forma de dialogar nos ayuda a ver que la democracia nunca puede quedar como una puerta cerrada, sino un proceso continuo de negociación y debate donde nos involucramos con el pasado que hemos heredado para dar sentido al presente que vivimos y construir el futuro que queremos ver.
Esa noche en Barcelona escuché a María Antonia Oliver contar cómo, cuando testificó en el Tribunal Superior, se sintió juzgada: no la dejaron expresar lo que quería decir. Comparó aquello con lo que le había sucedido años después cuando acudió al auxilio judicial en Buenos Aires: “Yo ahí me dejé de sentir víctima cuando se me escuchó”, dijo. Y esta tarde durante La Visita de las Cinco en el Museo de la ESMA hemos escuchado. Hemos escuchado las palabras de María Antonia junto a las de María Maggio, Jorge Castro Rubel y Lita Boitano, testigos de la Causa ESMA Unificada. Hemos escuchado acerca de los niños robados de España, que quizás sean hasta 300.000, mientras la Madre de Plaza de Mayo Lita Boitano habla de la necesidad de localizar los restos de sus hijos desaparecidos. «Cuando hablamos y nos imaginamos a las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo —madres y abuelas— es que aquí hay hijos y nietos o hijas y nietas”, afirma María Antonia. Las madres, abuelas, hijos, hijas, nietas y nietos hablan de la ausencia. Al igual que con las palabras del juez Baltasar Garzón y la ex fiscal Mercedes Soiza en la película, nos recuerdan lo que la crítica literaria Shoshana Felman llama «la responsabilidad de la verdad». «Acudimos», como dice María del Pino Sosa Sosa «por justicia». Maria Maggio insiste en el derecho a la verdad y la justicia.
La discusión que hemos escuchado durante la Visita de las Cinco nos recuerda la interconectividad entre estos eventos en España y Argentina. La filósofa Aleida Assmann señala que: «La introducción de la terminología y los símbolos argentinos sirvieron como un disparador externo para que los recuerdos españoles resurjan en los debates sociales». El juez federal en causas de lesa humanidad Daniel Rafecas nota que hubo 17 años en Argentina de impunidad; y reconoce la importancia de la grieta que abrió Garzón tanto para Argentina como para Chile. La antropóloga y Directora del Archivo Nacional de la Memoria Mariana Tello nos recuerda que la justicia se construyó desde abajo en España tanto como en Argentina. Pero que la escucha ha sido la diferencia más grande entre ambos países. La importancia, de nuevo, del acto de escuchar.
Ana Messuti, abogada de la querella argentina contra los crímenes del franquismo, nos ha hablado hoy de la universalidad de los crímenes y la importancia de las normas internacionales de derechos humanos. Hace veinticinco años, los serbios de Bosnia capturaron la ciudad de Srebrenica y, durante las dos semanas siguientes, masacraron a más de 8.000 de la población musulmana. En el 25 aniversario del comienzo de la masacre, hace apenas dos semanas, escuché a la presidenta de la asociación de Madres de Srebrenica, Munira Subasic, hablando en una ceremonia que tuvo lugar en las afueras de la ciudad, en el Memorial y cementerio Srebrenica-Potocari:
«Mi primer mensaje es para los criminales de guerra, aquellos que cometieron el crimen de genocidio. Te perseguiremos y nunca nos desgastaremos. Uno de nosotros siempre estará allí para perseguirte. Es nuestro derecho y nuestro deber«.
Cada vez que escuchamos estos testimonios, cada vez que se desentierra una tumba, como nos recordó Emilio Silva, entablamos una conversación con el pasado. Tenemos, como nos recuerda Jacques Derrida, que escuchar y conversar con los espectros. Los testimonios son recordatorios de injusticias, de lo que queda por responder, de aquellos que aún no han sido juzgados, de los horrores de la impunidad. Como nos ha recordado Raúl Quirós, autor de El pan y la sal, “con el dictador no murió el franquismo”. Las huellas del franquismo siguen muy presentes en la sociedad española.
En Antígona, una de las obras teatrales más antiguas de la cultura occidental, Antígona muere porque siente la responsabilidad ética de enterrar a su hermano Polinices. Antígona tiene que actuar. Tenemos el deber de enterrar dignamente a nuestros muertos para que puedan descansar en paz. En Hamlet, la obra célebre de Shakespeare, el fantasma del padre se impone sobre su hijo y lo obliga a recordar. Y Hamlet tiene que actuar. Mariana Tello nos ha recordado que donde los muertos no descansan, los vivos tampoco. El testimonio de Josefina, Emilio y María del Pino tiene lugar a través de la presencia fantasmal de los actores argentinos Eugenia Alonso, Mauricio Minetti y Ana María Castell que demandan que escuchemos a través de las imágenes granuladas del Zoom. Actos de re-aparición. Los que retornan. “Un trabajo de teatro», nos recuerda Lola Berthet, Directora del Centro Cultural Conti, esta tarde, “es siempre un trabajo de memoria”. Estos testimonios nos recuerdan que la deuda que tenemos con nuestros muertos, como ha dicho Mariana Tello, “deja de ser algo de la víctima para ser algo de todos”.