Por María Pía López
El clima era de vísperas. Sobrevolaba el saber que al día siguiente habría elecciones. Durante cuatro años, lxs trabajadorxs de los sitios de memoria y de muchos ámbitos estatales tuvieron que inventar modos de habitarlos, perseverantes resistencias, formas de hacer sin presupuestos, solidaridades activas y pacientes tejidos. Si el 26 estábamos allí, en el Museo Ex Esma era por la resistencia cotidiana de quienes mantuvieron vivos los lugares contra el negacionismo que había imperado en los lugares más altos del gobierno. Terminaba ese ciclo, lo sabíamos. Un ciclo en el que marchamos contra el 2 por 1, mostrando que en Argentina memoria, verdad y justicia no son alusiones al pasado sino pilares fundamentales de la construcción del presente y acuerdos imprescindibles para el futuro en común. Cuando la Corte Suprema quiso extender los beneficios del doble cómputo del tiempo de prisión sin condena a los genocidas y funcionarios de alto rango pusieron en duda la cifra de 30 mil detenidxs desaparecidxs, no pudieron desmontar las estrategias colectivas de recuerdo y acción. Vísperas de una elección en la que sería derrotado el gobierno que había intentado desplazar el fundacional Nunca más al terrorismo de Estado por un presunto Nunca más a la corrupción. Mientras escribo esta crónica, circula un video con el título Campo/ciudad que amenaza al gobierno electo: si intenta cobrar impuestos a los agroexportadores, volverán a cortar rutas e incentivar la sedición. La última placa del video dice: Nunca más. Cada operación sobre esa frase reconoce su condición fundacional y, a la vez, pretende cortar el vínculo entre democracia y memoria.
El 26 de octubre se rehacía el gesto de la recuperación de esos edificios, se afirmaba su carácter público y su valor como testimonio. A la emoción que siempre produce entrar allí se sumaba la que surgía de esperanza alegre del momento electoral. Se agrupaban casi 200 personas para escuchar el testimonio de familiares y sobrevivientes. Esta vez, la visita trataba sobre la coordinación represiva entre distintos campos de concentración. La historia de Sergio Cetrángolo fue el hilo para comprender esos pasajes de prisioneras y detenidos entre las distintas armas, la llegada de un lugar de detención a otro, a veces por motivos que lxs secuestradxs no llegaban a escudriñar. Estaban Agustín y Mariana, hijes de Sergio; su esposa, Alicia Pes, también sobreviviente de la ESMA; Isabel Fernández Blanco, sobreviviente del Banco y del Olimpo y Yamila Sansoulet, hija de Susana Caride, sobreviviente de Olimpo y ESMA. Había otrxs sobrevivientes, que acompañan habitualmente la visita. Y también quien volvió por primera vez, acompañado de sus hijos, para que conozcan el lugar de su cautiverio.
La presencia de las y los sobrevivientes le dio el tono fundamental a la visita: porque en la fuerza de esos cuerpos sometidos a la crueldad, en la desobediencia que cada unx encarnó respecto del mandato militar que se escribió a sangre y fuego en la hollada carne, en la capacidad de poner voz a lo ocurrido y producir una narración imprescindible para buscar justicia, ahí se revelaba que sobrevivir no es meramente seguir con vida sino construir un lugar ético político desde el cual hablar. ¿Qué habrán imaginado los asesinos al dejar a algunes con vida? ¿Que no se animarían a contar o que su relato serviría para expandir el terror y la sumisión? Sucedió lo contrario: ante la ominosa clandestinidad y el pacto de silencio entre los agentes del terror, el testimonio fue lugar de verdad y piedra de toque para la producción de una narración de lo ocurrido. Al final de la jornada, en la última ronda de conversaciones, Yamila agradeció a les sobrevivientes ser el pilar de cada acto de memoria. Sus cuerpos mismos, templos de una justicia pendiente; sus palabras, insomne retorno de lo que no podemos ni debemos olvidar; su tenacidad, fidelidad a lxs muertxs sin sepultura. Vuelven a la ex ESMA por quienes ya no están pero también por su propia juventud avasallada. Estaban allí y narraron anécdotas, situaciones en los campos, actos de solidaridad y astucias picarescas. Tan vivientes, tan amorosxs, tan capaces de recrear entre risas esos instantes en los que pudieron afirmarse libres, aun en el más espantoso cautiverio. Un minuto ganado, una caricia de despedida, una palabra astuta: intersticios que pueden ser recordados como las tretas de les débiles, niditos de rebelión y cuidado. Isabel cuenta y sonríe con toda la cara. No deja de ser muy joven en esa risa que rememora la amistad con Susana y la militancia de Sergio. No deja de ser alegre porque sabe que la alegría es también resistencia, que defender la alegría de su malversación neoliberal es ponerla del lado de las peleas y de los duelos, allí donde se afirma nuestra vida en común. Vi de reojo, varias veces, a ese hombre que volvió mientras conversaba con sus hijos. Quizás le estuviera contando algo que no había podido decirles fuera de ese espacio. Quizás lo comprendieron y amaron de otro modo.
Capucha y capuchita, la habitación de las embarazadas, el pañol, el lugar de trabajo. Todo parece pequeño, cuando es tan grande la máquina de muerte. Tan pequeño que solo se puede pensar en el hacinamiento pero también en la rotación infinita de los cuerpos que son arrastrados desde las iniciales camillas de tortura para poblar los lugares de los que fueron llevados a los vuelos de la muerte. Se respira con dificultad, porque un nudo atraviesa el pecho, encadena los ojos. El dolor aún impregna las paredes. Capucha, el infinito calculado de la crueldad, los que se creen dioses que definen sobre la vida y la muerte. Lxs visitantes caminan, leen, se conmueven, conversan en voz baja. Toda la cartelería combina una tipografía de imprenta con intervenciones en cursiva. Las intervenciones ponen género en la anterior expresión del supuesto universal masculino. Allí donde decía detenidos-desaparecidos ahora se lee, al costado, detenidas-desaparecidas. Irrupción en el discurso, ruptura de un dominio que se había naturalizado en la lengua. Una sobreviviente me cuenta que ese cambio se produjo por la pregunta que insistía en las muchachas que llegaban en visitas guiadas: ¿no hubo mujeres en este campo? A medida que los feminismos se hicieron masivos y la calle fue pedagogía desnaturalizadora, también nuestros modos de recordar y de nombrar tuvieron que recrearse. Hoy se lee en esos carteles la especificidad de la violencia sexual en los campos y la corporalidad específica de las compañeras.
Las pibas que preguntaron eso abrieron el tiempo para comprender la insurrección pasada desde la rebelión presente. La memoria no es acto de litúrgica repetición sino creación consciente de una narración que debe ser abierta a la imaginación política actual. La muy sabia Vera Jarach puso en escena ese vínculo al final del recorrido. Vera es pequeña y luminosa, tan sobreviviente que ha construido amorosa alegría a la vida pese a todas las tragedias. Cual Scherezada, no deja de narrar para que la vida siga. Narra y reflexiona sobre política, pero también produce un acto que nos deja temblando: pregunta quién es la más joven entre les asistentes, se para una muchacha de 18 y luego una de 16 y otra que por ahí andaba. Vera las invita a acercarse y les dice que les va a enseñar algo, porque ella es viejita y los legados hay que transmitirlos. Las pibas la abrazan y Vera les pide gritar “30 mil compañerxs detenidxs desaparecidxs presentes, ahora y siempre”. Cuando se piensa así la vida, nuestro tránsito finito por el mundo no es desesperación sino enseñanza, capacidad de construir para quienes llegan luego, una memoria de lxs que estuvieron antes. De eso se trata, también, caminar juntxs la visita de las cinco.
MIRIAM LEWIN es periodista de radio y televisión. Se especializó en investigación. Escribió varios libros, entre ellos. Ese Infierno, Conversaciones de Cinco Mujeres Sobrevivientes de la ESMA con Munú Actis, Cristina Aldini, Liliana Gardella y Elisa Tokar; Putas y Guerrilleras con Olga Wornat; Iosi, el espía arrepentido con Horacio Lutzky; y Skyvan, una novela de no ficción sobre el hallazgo de aviones y pilotos de los vuelos de la muerte. Estuvo secuestrada en los centros clandestinos de Virrey Cevallos y ESMA.