Por Angel Berlanga
Con la presencia de sus hijos, María y Facundo, en la última Visita de las Cinco que se hizo en la ex ESMA se homenajeó a Horacio Maggio, El Nariz, el primer detenido-desaparecido que pudo escapar. La carta que envió a múltiples destinatarios a un par de meses del Mundial ’78 fue clave en aquel momento para divulgar los crímenes de lesa humanidad de la Marina durante la dictadura, y sería vital más adelante en los juicios contra los genocidas. Antes de que lo mataran, en aquellos meses que estuvo clandestino, llamaba cada tanto al sitio en el que lo torturaron y les gritaba: “¡Ya les va a llegar su Nüremberg!”
“En la seguridad de que estos ‘señores’, autores materiales de asesinatos y torturas, tendrán que rendir cuentas por sus actos ante el Pueblo y ante Dios, y esperando que mi testimonio sirva a tal fin, además de esclarecer uno de los episodios más oscuros y siniestros de la historia argentina, pongo a su disposición para todo aquello que Uds. consideren necesario”.
El último sábado de cada mes en la ex ESMA se hace La visita de las Cinco, una recorrida en la que se aborda una historia ocurrida durante la dictadura militar-empresarial-eclesiástica, junto a familiares o allegados a quienes estuvieron secuestrados allí. La del sábado 27 de octubre se enfocó en Horacio Domingo Maggio, delegado gremial del Banco de la Provincia de Santa Fe, militante montonero, víctima y testigo de las aberraciones en este centro clandestino de detención, autor de la carta cuyo último tramo se acaba de citar.
El Nariz, que así le decían, la fechó el 12 de abril de 1978 y la envió a agencias y medios de prensa nacionales e internacionales, a las embajadas de Francia y Estados Unidos, a la jerarquía de la iglesia católica argentina, a Amnistía Internacional, a Naciones Unidas. Sus compañeros lo recuerdan con una impronta vital, en procura de mantener el ánimo lo más aferrado a la vida y la resistencia que se pudiera en medio de esas circunstancias funestas. Los marinos craneaban una reconversión ideológica de los detenidos, véase el nivel de perversidad, y Maggio les actuaba un converso comprensivo. En una salida para enviar unos paquetes, o para hacer unas compras, los esbirros se confiaron y lo dejaron entrar solo a un local, mientras lo esperaban estacionados en la puerta. El local tenía una salida alternativa y se les escapó: era el 17 de marzo de 1978. Luego, cada tanto, discaba el 701-4418 y cuando atendían en la ESMA les gritaba: “¡Hijos de puta, va a haber un Nüremberg para ustedes!”
Lo contó en la ex ESMA el sábado pasado su hija María. A Maggio lo habían secuestrado el 15 de febrero de 1977 a una cuadra de la Plaza Flores. Con más de un año detenido, el prófugo era un testigo que había visto demasiado. Los marinos se alarmaron y enfurecieron. Al poco de la huida en casa de la mamá del Nariz un día sonó el teléfono y ella oyó: “El pájaro voló”. Esas tres palabras y el clac de la horquilla al colgarse. Esto lo contó Facundo, el hijo mayor de Maggio, en el sótano del Casino de Oficiales: creía que la voz era la de su padre. “El grado del humor del tipo –dijo Facundo—. La Negrita, la mamá de papá, me cuenta que antes de la fuga ella recibió la visita de un tal señor Daniel. Venía con esto del proceso de reincorporación a la sociedad, mientras tomaban el té le decía:
– Sí, su hijo está encarrilándose.
Y mi abuela, también gran actriz, le decía:
– Pero qué bien, señor Daniel, qué impresionante.
A los pocos días de la fuga este señor Daniel volvió, desesperado, sacado: ‘¿Cómo puede ser? ¿Dónde está? ¿Vino por acá?’ Pedía explicaciones”.
La carta que envió Maggio estaba exhibida el sábado en una vitrina, a disposición de la lectura de las doscientas personas que se acercaron. “Fui sometido a salvajes torturas por espacio de quince días –escribió—. En una de esas sesiones se me produce un paro cardíaco, y un ‘médico’ intenta la recuperación para seguir aplicándome inmediatamente, entre otros métodos, la ‘picana’ o ‘máquina’ y el ‘submarino’”.
Describió al detalle el funcionamiento del centro clandestino, identificó a detenidos y represores, dio información vital sobre las mecánicas de desaparición, aludió a los vuelos de la muerte, dibujó planos de la ESMA. Vio a las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon y a la joven sueca Dagmar Hagelin, con lo que su carta potenció la repercusión internacional, a un par de meses del Mundial ’78.
—Facundo, acá en esta sala está el compañero que le hizo la llamada a tu abuela— dijo alguien entre el público.
—Fui yo –dijo un hombre, que luego se identificó como José Luis Taboada—. Y hay un por qué. Yo estuve en la casa de tu abuela, y aunque no conocí a Horacio, sí a tu tío Roque. Mi esposa en aquel momento era Maggio, una prima hermana de ellos. Yo no sabía qué había sido de Horacio, pensaba que estaba muerto. Y una noche llaman a mi casa, atiendo, y me dice: ‘Soy Horacio. Llamá a mi mamá y decile que el pájaro voló. Simplemente eso: El pájaro voló’. Cortó enseguida, por supuesto. Con mi esposa nos tomamos un colectivo, nos fuimos hasta el Centro, a un locutorio. Hicimos la llamada. Esa es toda la historia que tengo. Después no volví a saber de él.
Es de las cosas extraordinarias que ocurren en las Visitas de las Cinco que organiza el Museo Sitio de Memoria. Facundo, que tenía seis años en 1978, recordó unos flashes de su padre en esos meses. “El día que la Argentina ganó el Mundial salimos a festejar, de noche, y tengo el vago recuerdo de que era en provincia, avenidas, camiones, banderas, gorros, vinchas –contó—. Nosotros vivíamos en Caseros. En una esquina nos detenemos y sube una persona atrás: medio corazonada, medio adivinando… era papá. Sin bigotes. Le miro las manos y le veo la marca de los grilletes, la quemazón de las muñecas: eso lo vi. Llegamos a casa, todo estaba oscuro, y prenden la luz: ahí nos dimos un abrazo”. Maggio siguió militando, clandestino: eligió ese día para volver junto a los suyos porque descontaba que no lo buscarían durante los festejos.
—Papá era un tipo que le daba para adelante en todo sentido, amaba la vida –siguió Facundo—. Íbamos de vacaciones con otros compañeros, aunque todos estuviéramos expuestos. Íbamos a Córdoba, a Miramar, con otras familias de militantes. Esas locuras, porque pienso en la locura de hacer lo que hizo y que era necesario, una locura copada, con conciencia al mismo tiempo.
—Porque era un hombre libre, se sentía así –acotó una mujer desde el público—. Y no tenía por qué estar adentro. Estaba en todo su derecho.
—Ahí va –retomó Facundo—. Dentro de la cotidianeidad de esos días, otro de los recuerdos que tengo es estar con papá viendo por tele la peregrinación a Luján. Mi mamá había ido. Y estábamos viendo la transmisión, y justo la enfocaron a mamá. Tengo esa imagen, en el living con papá, y mamá en la pantalla.
El 4 de octubre del ’78 el Ejército cercó a Maggio en Chilavert, en una obra en construcción: se cuenta que terminó defendiéndose a cascotazos. El Tigre Acosta pidió especialmente por su cuerpo, que fue llevado a la ESMA y exhibido ante los prisioneros, que fueron obligados a desfilar ante él. “Cada uno tenía un ‘recuperador’ asignado, se habían repartido a los detenidos y hacían sus ‘experimentos’ con nosotros”, declaró Ana María Martí en 2006, en la megacausa que terminaría condenando a prisión perpetua a los genocidas que manejaron el centro clandestino. Allí estuvieron secuestradas unas 5.000 personas, de las cuales sobrevivieron alrededor de 200. “El Tigre Acosta era el ‘recuperador’ de Horacio, y también era mi ‘recuperador’ –dijo Martí en el juicio—. Él en persona me baja, me saca al playón, y ahí veo a mis compañeros desfilando delante de una ambulancia que tenía las dos puertas abiertas”. Allí estaba el cuerpo de Maggio; cuando estuvo ante él, Acosta la agarró y empujó su cara hacia el cráneo destrozado de su compañero asesinado. “Yo lo quería muchísimo –dijo ante el tribunal—. El Tigre Acosta me hace tocar con mi nariz la sangre del Nariz y me dice: ‘Esto es lo que te va a pasar a vos si te escapás’. Fue un momento terrible para todos, porque fue una gran crueldad”.
Norma Valentinuzzi, la compañera de Maggio, también militante, al saber del crimen se exilió junto a sus dos hijitos: María tenía por entonces dos años. Volvieron a Caseros en 1979: ella formaba parte de lo que se llamó la Contraofensiva de Montoneros. La secuestraron el 11 de septiembre a una cuadra y media de la casa; por algunos relatos de sobrevivientes, se cree que estuvo detenida en Campo de Mayo. Sigue desaparecida.
“Gracias a la familia Dorado nosotros pudimos criarnos con mi abuela materna –contó María—. Mientras ella salió a hacer las denuncias por mi mamá, nos dejó con ellos. Y les pidió por favor que si alguien venía y les preguntaba por esos chicos, les dijera que eran sus hijos. Y así lo hizo: gracias a él estamos vivos, juntos con Facundo, y pudimos ser criados por mis abuelas”.
María se refería a Rubén Dorado, presente en el homenaje a Maggio. En aquel momento trabajaba en el puerto, como estibador. “Cuando aparecía, yo conversaba diariamente con el padre –empezó Dorado—. Y bueno, era un ideólogo. Quería a toda la humanidad, el bienestar para todos. Y era fotógrafo, te digo por qué: tenía un cuartito ahí, y sacaba fotos para la familia, siempre. Nuestros chicos jugaban juntos, en los cumpleaños, en todos lados. Cuando se quedaron con nosotros, Facundo me pedía juguetes de la casa; María no tanto, porque era chica, pero este… ¡Me pedía de todo! Y yo le traía. Volvía del puerto como a la una de la mañana y entraba por un costado, que había una pared baja, y le iba llevando todas las cosas que me pedía. Me daba mucho miedo, porque entraba como un ladrón. En un momento me pidió una máquina Olivetti, ¡que era pesadísima! También se la llevé”. Un día apareció por su casa la abuela paterna de los chicos, a quien él no conocía. “Venían, me preguntaban, y yo negaba todo –contó Dorado—. Y un día llega esta anciana, bajita, y le digo: ‘¿Qué quiere, señora?’
—Soy la madre de Horacio…
—Yo no conozco a ningún Horacio…
“Yo tenía una casilla que había revestido, de material, pobre, pero… A los chicos les decíamos que no tenían que asomarse, pero este empezó a mirar por una rendija de la persiana… Salió corriendo, abrazó a la abuela, se puso a llorar. Y la abuela también… Y bueno, lo demás fue ponernos de acuerdo para que María y él se fueran hasta Retiro, y de ahí a Santa Fe. ¡No quedaba otra!”
La visita incluye el paso por Capucha, Capuchita y la Pecera, zonas en las que estuvieron confinados los secuestrados. Con la técnica de luz rasante hace diez años fueron descubiertas dos inscripciones hechas por Maggio en las vigas bajas del techo, en un sector que se identificó como “Sala de materiales”. Los marinos obligaban a los cautivos a hacer traducciones, informes, textos, trabajos diversos a su servicio. El Equipo de Conservación que las detectó tardó un mes y medio en descifrar a quién pertenecían.
“Le pedimos a una compañera que se fijara, a ver si podía identificarlas –contó Stella Gavilán, parte de ese equipo—. Y cuando alumbramos y se las mostramos, su reacción fue taparse la boca y empezar a lagrimear: ‘No tienen idea de lo que encontraron: es el Nariz –dijo—. No saben la historia que tiene esa marca, lo relevante que es’. Nos llevó hasta su lugar de trabajo y nos mostró la carta que él mandó, su testimonio, y nos relató su final”.
“cio Maggio 27/12/77”, dice una, y la otra “H.M. 3/3/78”.
“Estas marcas sirven como material probatorio, prueba judicial –siguió Gavilán—. El año pasado el juez Torres mandó a hacer un peritaje de todas las marcas que se encontraron para poder datarlas. Lo bueno de estas es que además tienen fechas; no sabemos con qué material las hizo, pero sí que es tinta azul. Antes de que viniera la Comisión Interamericana de Derechos Humanos acá hubo modificaciones: pintaron el lugar, las vigas, todo. Y lo que hizo la marca es volver. Migró. Por una composición química de los solventes, suponemos, vuelve a surgir. El relato del hijo que tuvimos hoy es maravilloso, porque decía que su papá siempre ‘iba para adelante, iba para adelante’. Y pasó también con esto: se vino hacia adelante. Yo creo que él lo pensó, que por más que pasaran los años se iban a encontrar”.
—A pesar de todos los intentos por taparlo— apuntó alguien del público.
—Exacto, por la composición química –dijo Gavilán—. A mí me emociona muchísimo. Y me alegra que estén acá, que sean parte de esta historia maravillosa del hallazgo. El final no fue bueno. Pero hoy por hoy esto es prueba legal, les sirve a los hijos y nos sirve a todos, como argentinos. Y de alguna manera reconstruimos la memoria cada día.
Los hermanos Maggio hicieron la recorrida junto a Alejandra Naftal, la directora del Museo: “Ojalá que estos espacios puedan hacernos reflexionar y estar alertas y atentos cuando vemos que algunos derechos adquiridos pueden estar violándose o los podemos estar perdiendo”, dijo. Los organismos y las entidades que funcionan dentro del predio de la ex ESMA vienen denunciando la asfixia presupuestaria del gobierno: es rotundo el contraste entre las políticas del kirchnerismo y del macrismo respecto a los derechos humanos y a la memoria.
María es docente, tiene 43 años y vive en Reconquista: “Nosotros estamos acá, juntos, porque nos enseñaron a luchar y a seguir adelante a pesar de todo, y por la contención familiar de las abuelas y de las tías, en todo momento”, dijo sobre el final de la visita. Facundo tiene 46 años, es músico, vive en Santa Fe. “Para destacar la madurez con la que se está encarando esta actividad y la necesidad de replicarla lo más que se pueda —dijo—. Porque volvemos a vivir épocas que sinceramente creímos que no iban a volver en la Argentina. Así que la realidad es muy dolorosa para todos”. Que eran una familia diezmada, dijo: sus tíos Adriana y Roque, también militantes, fueron asesinados en 1976 y 1977. Con unos músicos que lo acompañaron desde Santa Fe cantó tres canciones. Una de ellas fue Hay quien precisa, de Silvio Rodríguez. “Los años pasan, sí, el fuego no; el fuego volverá en los hijos del sol”.